lunes, 18 de enero de 2010

Huyendo

Las calles aún dormidas escuchaban aquellos pasos decididos. El silencio, la humedad y el rumor de un nuevo día asomaban tímidamente cuando el ruido del motor resurgió de su quietud. Tras colocar cada cosa en su sitio y emprender un nuevo viaje, un cielo rojizo y pletórico en su amanecer asomo para recibirme con sus primeros rayos. El sol con todas sus galas anunciaba el inicio de la batalla.


Apenas pude darme cuenta cuando mis pies ya recorrían la montaña, de nuevo me encontraba rodeado por un inmenso verde lleno de color y vida. Los habitantes de aquel lugar observaban atónitos como un reguero de rápidos corredores luchaban contra el tiempo marcado en unos pequeños, pero poderosos relojes, que brillaban en sus muñecas controlando sus movimientos. Mientras tanto, miles de células respiraban al unisono con cada pisada, salto o respiración.

Una gran explosión de fuerza se hizo patente en aquel lugar. Finalmente, llegaron las lagrimas, el sudor y el dolor, que se unieron de nuevo para expresar el sufrimiento de un cuerpo que lucha insistentemente por llegar a su destino, por encontrar su lugar cueste lo que cueste.

Siempre en movimiento, sin rumbo ni dirección. Rápido como el viento, pero también lento y sin pausa, como las blancas nubes recorriendo el inmenso cielo azul. ¡Corre!, corre sin mirar atrás...

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